martes, 19 de abril de 2011


LA IGLESIA PRODIGA EN UN MUNDO

 PRODIGO 

Tomado del Libro "Porque no llega el Avivamiento" de Leonard Ravenhill

Una mirada a la Iglesia hoy día nos deja pensando cuánto tardará un Dios santo en cumplir Su amenaza de vomitar esta cosa laodicense de Su boca. Pues si en algo están de acuerdo los predicadores es que nos hallamos en la edad de Laodicea en cuanto a la Iglesia. 
Sin embargo, aun cuando pende sobre nuestras cabezas la espada de Damocles del rechazamiento, somos creyentes endebles, perezosos, amantes de los placeres, sin amor, y deficitarios. Aunque nuestro misericordioso Dios perdone nuestros pecados, limpie nuestra iniquidad y se apiade de nuestra ignorancia, nuestros corazones tibios son una abominación a Su vista. Debemos ser fríos o calientes, ardientes o helados, encendidos o consumidos. Dios aborrece la falta de calor y la falta de amor. 
Cristo es ahora "herido en la casa de sus amigos". ¡El Santo Libro del Dios viviente hoy sufre más de sus expositores que de sus opositores! 
Somos descuidados en el uso de las Escrituras, parciales al interpretarlas y perezosos hasta la impotencia para apropiarnos de sus inmensurables riquezas. El Sr. Predicador se mostrará elocuente en su oratoria, ferviente en espíritu, sirviendo al Señor con vigor y transpiración para defender la inspiración bíblica. Sin embargo, este mismo señor, momentos después, con calma mortal, será escuchado racionalizando la misma Palabra inspirada, negando vigencia a sus milagros y declarando con firmeza: "Este texto no es para hoy." Así la fe ardiente del nuevo creyente es apagada con el agua fría de la incredulidad del predicador. 
Sólo la Iglesia puede "poner limites al Santo de Israel," y hoy lo hace con extraordinaria habilidad. Si hay grados en la muerte, entonces la más muerte profunda que conozco es predicar acerca del Espíritu Santo sin la unción del Espíritu Santo. Al orar asumimos la imperdonable arrogancia de clamar que venga el Espíritu Santo con Su gracia(pero no con Sus dones. 
Hoy es el día de la restricción y relegación del Espíritu Santo, aun en círculos fundamentalistas. Necesitamos y decimos que queremos el cumplimiento de Joel 2. Clamamos: "Señor, derrama Tu Espíritu sobre toda carne," pero añadimos - aunque sin palabras - la salvedad: "pero no hagas que nuestras hijas profeticen y que nuestros jóvenes vean visiones". 
"¡Dios mío, si en nuestra culta incredulidad, nuestro crepúsculo teológico y nuestra debilidad espiritual Te hemos agraviado y continuamos agraviando Tu Santo Espíritu, entonces, en misericordia, Señor, escúpenos de Tu boca! ¡Si no puedes hacer nada con nosotros y a través nosotros, por favor, Dios, haz algo sin nosotros! Déjanos de lado y toma otro pueblo que ahora no Te conoce! ¡Sálvale, santifícale y capacítale con Tu Santo Espíritu para un ministerio de milagros! ¡Envíales, 'hermosos como la luna, claros como el sol y terribles como un ejercito en orden', a vivificar una iglesia enferma y a transformar un mundo sumergido en el pecado!" 
Considera esto: Dios no tiene nada más que dar a este mundo. Dio a Su Hijo unigénito por los pecadores; dio la Biblia para todos los hombres; dio el Espíritu Santo para convencer al mundo de pecado y capacitar a la Iglesia. 

Pero ¿de qué sirve un libro de cheques si están sin firmar? ¿Qué vale una buena reunión, aun cuando sea doctrinalmente sana, si el Dios viviente está ausente de ella? 

Debemos usar bien la Palabra de Verdad. El texto: "He aquí yo estoy a la puerta y llamo (Apocalipsis 3:20) no tiene nada que ver con los pecadores y con un Salvador que aguarda. ¡No! Aquí encontramos el trágico retrato de nuestro Señor a la puerta de Su iglesia laodicense tratando de entrar. ¡Imagina eso! En la mayoría de las reuniones de oración el texto que más se emplea es: "Donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos." ¡Pero con demasiada frecuencia El no está en medio, sino a la puerta! 

¡Cantamos Sus alabanzas, pero rehusamos Su persona! Con una buena biblioteca a nuestro lado y una Biblia con notas, ¡casi nos hemos inmunizado contra la verdad calcinante de la inmutable Palabra de Dios! 
No me maravilla la paciencia del Señor con los corazones endurecidos de los pecadores; después de todo, ¿no seríamos pacientes con un hombre sordo o ciego? Y así son los pecadores. Pero lo que me maravilla es la paciencia del Señor con esta iglesia somnolenta, egoísta y perezosa. Una iglesia pródiga en un mundo pródigo es el verdadero problema de Dios. 
¡Ay de nosotros, creyentes en bancarrota, ciegos, y todavía jactándonos! Estamos desnudos y no nos damos cuenta de ello. Somos ricos (nunca habían tenido las iglesias mejor equipamiento que ahora), 

pero somos pobres (nunca tuvimos menos unción)! No tenemos necesidad de ninguna cosa ( sin embargo, nos faltan casi todas las cosas que tenía la iglesia apostólica). 

¿Puede El estar "en medio de nosotros" mientras nosotros andamos sin ninguna vergüenza en nuestra desnudez espiritual? ¡Oh, cuánto necesitamos el fuego! ¿Dónde está el poder del Espíritu Santo que conmueve a los pecadores y llena los altares de penitentes? Hoy día estamos mucho más interesados en tener iglesias con aire acondicionado que iglesias condicionadas a la oración. "Nuestro Dios es fuego consumidor". Dios y el fuego son inseparables. Así también los hombres y el fuego. Cada uno de nosotros estamos caminando una senda de fuego: fuego del infierno para los pecadores; fuego del juicio para los creyentes! Porque la Iglesia ha perdido el fuego del Espíritu Santo, millones tendrán que ir al fuego del infierno. 
El profeta Moisés fue llamado por fuego; Elías hizo bajar fuego del cielo; Eliseo hizo un fuego; Miqueas profetizó fuego; Juan el Bautista clamó: "El os bautizará con Espíritu Santo y fuego." Jesús dijo: "Fuego vine a meter en la tierra."  Si tuviéramos tanto temor de quedar sin el bautismo de fuego como tenemos de quedar sin el bautismo de agua, tendríamos una iglesia encendida y otro Pentecostés. 

La vieja naturaleza puede sobrevivir el bautismo de agua, pero es destruida con el bautismo de fuego, pues El "quemará la paja en fuego que nunca se apagará". 

Hasta que no fueron purificados con el fuego, los discípulos, que obraban milagros y que contemplaron la gloria de Su resurrección, no estaban capacitados para ministrar la cruz. 
¿Con qué autoridad los hombres ministran hoy día, tanto aquí como en los campos misioneros, sin haber tenido la experiencia del "aposento alto"? No nos faltan predicadores de profecía, pero nos faltan en gran manera predicadores profetas. Con esto no buscamos sensacionalistas que vienen con sus predicciones. Poco queda para predecir, puesto que tenemos el Libro y la revelación del propósito del Señor en él. Pero necesitamos hombres que proclamen de parte de Dios. 

Ningún hombre puede monopolizar al Espíritu Santo, pero el Espíritu Santo puede monopolizar hombres. 

Tales son los profetas. Estos nunca son esperados, nunca son anunciados, nunca presentados, simplemente llegan! Son mandados y marcados y maravillosos. 

Juan el Bautista no hizo milagros. Las multitudes desahuciadas no acudieron a él para obtener su toque de sanidad. ¡Pero él levantó a una nación que estaba espiritualmente muerta! Uno se maravilla de nuestros evangelistas que sin rubor alguno anuncian que tuvieron un maravilloso avivamiento con miles de personas viniendo al altar, y añaden, para apaciguar a los decorosos fundamentalistas: "Pero no hubo nada sensacional ni fuera de orden." Pero ¿es que puede haber un terremoto sin causar sensación, o un huracán sin desorden? ¿No produjo trastornos el ministerio ardiente de Wesley? La iglesia en Inglaterra cerró todas sus puertas en la cara de "un hombre enviado de Dios el cual se llamaba Juan" -Wesley-. Pero aquellas autoridades religiosas de la iglesia oficial no pudieron volver atrás la ola de avivamiento del Espíritu Santo. 
Cuando Wesley salió de la Universidad de Oxford había fallado completamente al intentar conducir a otros al Cordero, (aunque tenía el cerebro de un erudito, el fuego de un zelote y la lengua de un orador). ¿Cómo podía hacerlo? Entonces llegó el 24 de mayo de 1738, cuando Juan Wesley, en una reunión de oración de la calle de Aldersgate, fue nacido del Espíritu, y más tarde fue lleno del Espíritu. En trece años, este hombre bautizado en el Espíritu Santo, sacudió tres naciones. Del mismo modo Savonarola sacudió Florencia entera, hasta el punto de que el rostro del "monje loco" vino a ser motivo de terror a los florentinos de sus días y motivo de burla a los religiosos de su tiempo. 
Hermanos, a la luz del "tribunal de Cristo" nos sería mejor vivir seis meses con el corazón hecho un volcán, denunciando el pecado en lugares altos y bajos y volviendo la nación del poder de Satanás a Dios (como lo hizo Juan el Bautista), que morir cargados de honores eclesiásticos y de títulos teológicos, habiendo sido el hazmerreír del infierno. El criticar a "barones del licor" y maldecir a políticos corruptos no traerá el fuego sobre nuestras cabezas. Podemos hacer ambas cosas y preservar nuestras cabezas y nuestros púlpitos. Los profetas fueron martirizados por denunciar la religión falsa en términos no inciertos. Y cuando vemos "religiones engañosas" estafando a los hombres en la vida y en la muerte, conduciendo multitudes al infierno bajo una bandera de religiosidad, deberíamos arder en santa indignación y traer una Reforma del Siglo XX aún cuando tuviéramos que morir como los mártires. Hay predicadores que hacen famosos a sus púlpitos; los profetas hacen famosas a sus cárceles. ¡Que el Señor nos envíe profetas hombres terribles que alcen su voz y no callen, lanzando ungidos ayes sobre naciones(hombres demasiado ardientes para ser aceptados, demasiado duros para ser oídos, demasiado implacables para ser tolerados!

Estamos cansados de hombres adornados con vestidos suaves y lengua más suave, que usan ríos de palabras con unas gotas de unción. ¡Saben más de competencia que de consagración, y de promoción que de oración! ¡Que sustituyen la propagación por propaganda y se cuidan más del esparcimiento de la iglesia que de su santidad! Oh, en comparación con la Iglesia del Nuevo Testamento somos tan subapostólicos... nuestros ideales tan bajos! La "sana doctrina" ha dejado dormidos a la mayoría de los creyentes, pues la letra no basta, tiene que ser letra encendida! Es la letra más el Espíritu lo que da vida. Un sermón teológicamente sano, impecable en lenguaje e intachable en interpretación, puede ser tan insípido como un puñado de arena. 

Para enfrentarnos con los sistemas anticristianos necesitamos una iglesia bautizada con fuego. 
Una zarza ardiente atrajo a Moisés; una Iglesia ardiente atraerá al mundo a fin de que por su medio oigan la voz del Dios vivo. 




LA CENICIENTA DE LA IGLESIA ES LA ORACIÓN. 

Esta criada del Señor es despreciada y desechada porque no se adorna con las joyas del intelectualismo, ni las brillantes sedas de la filosofía, ni con la impresionante tiara de la psicología. Lleva los delantales de honesta sinceridad y humildad. No teme arrodillarse.

El defecto de la oración, humanamente hablando, es que no se apoya en la eficiencia mental. (Esto no quiere decir que la oración sea la aliada de mentes enfermas, sino que en éstos sólo se aprecia la eficiencia intelectual.) Pero la oración requiere una sola cosa: espiritualidad.
No se necesita indispensablemente la espiritualidad para predicar, esto es, para dar sermones con perfección homilética y exactitud de exégesis. Mediante una buena dosis de memoria, ciencia, ambición personal, desparpajo y una buena biblioteca bien cargada de libros, el pulpito puede ser conquistado por cualquiera en nuestros días. La predicación de este tipo puede influenciar a los hombres, la oración influye con Dios.
La predicación afecta al tiempo, la oración a la Eternidad. El pulpito puede ser un escaparate para exhibir nuestros talentos; la oración significa lo contrario a exhibicionismo.
La tragedia de estos últimos tiempos es que tenemos demasiados predicadores muertos en los pulpitos dando sermones al pueblo. ¡Qué horror! Una extraña cosa he visto «debajo del sol»: que aun en círculos fundamentalistas se predica sin unción. ¿Qué es unción? Apenas lo sé. Pero sé lo que no es (o por lo menos sé cuándo no está sobre mi propia alma). Predicar sin unción mata en lugar de dar vida. El predicador falto de unción es «sabor de muerte para muerte».

La palabra no se hace viva a menos que la unción divina esté sobre el predicador. Por lo tanto, predicador, sobre todas las cosas buscadas, busca unción. Hermanos, podríamos bien apañarnos siendo solamente medio intelectuales (de la intelectualidad moderna) si fuéramos doblemente espirituales. Predicar es un negocio espiritual. Un sermón nacido de la mente alcanza simplemente la mente; un sermón nacido en el corazón, alcanza el corazón. Con la bendición de Dios un predicador espiritual producirá gente espiritual. Pero la unción no es una paloma que bate sus alas contra los cristales para entrar en el alma del predicador, sino que tiene que ser perseguida y alcanzada. La unción no puede ser aprendida cual arte, sino que debe ser ganada y conseguida por oración. La unción es la medalla divina concedida al predicador que como soldado ha luchado en oración y obtenido la victoria. La victoria no se obtiene en el pulpito disparando descargas intelectuales, sino en el retiro de la oración. Es una batalla ganada o perdida antes de que el predicador pise el pulpito. La unción es cual dinamita. La unción no viene por las manos del obispo, ni queda disipada cuando el predicador es puesto en prisión. La unción penetra y derrite, endulza y ablanda. Cuando el martillo de la lógica y el fuego del humano celo fracasan en abrir los corazones, la unción lo consigue.

¡Cuánta fiebre de construir iglesias existe actualmente! Sin embargo, sin predicadores ungidos estas alturas no se verán nunca rodeadas de ansiosos penitentes.

Suponte que tuviésemos buques pesqueros con el mayor confort, el más moderno equipo de radar, instalación eléctrica y aparejos de pesca movidos mecánicamente, y les viéramos salir a alta mar y volver mes tras mes con bodegas vacías. ¿Qué excusa daríamos para su esterilidad?

Sin embargo, millares de iglesias ven sus altares y hasta sus bancos vacíos semana tras semana y año tras año, y cubren su estéril situación mal aplicando el versículo «Mi Palabra... no volverá, a Mí vacía». (¡Digamos, de paso, que éste parece ser uno de los pocos textos que los dispensacionalistas olvidan que fue escrito para los judíos!).
El triste hecho es que el fuego de los altares está ardiendo muy débilmente o se halla apagado del todo. La reunión de oración está muerta o moribunda. Por nuestra actitud con respecto a la oración parecemos estar diciendo a Dios que lo que fue empezado en el espíritu podemos terminarlo en el poder carnal.
¿Qué iglesia pide a su candidato al pastorado cuánto tiempo emplea en oración? Sin embargo, a la luz de la historia os diría que un ministro del evangelio que no dedique dos horas diarias a la oración no vale un céntimo, sean cualesquiera los títulos que posea.
La iglesia está hoy día acorralada a los lados del camino mirando con desaliento y vergüenza cómo los ingenios humanos de dos grandes potencias políticas se pavonean en medio de la carretera lanzando amenazas en contra de «todo lo puro, amable y de buen nombre».
Detrás sigue el cortejo de una poderosa organización eclesiástica nominal. En tanto, el diablo ha sustituido la doctrina cristiana de la regeneración por la reencarnación budista; al Espíritu Santo, por los espíritus familiares del espiritismo; los milagros, por las curaciones psicológicas de la Ciencia Cristiana; a Cristo, por el Ecumenismo capitaneado por Roma.
Contra estos dos males gemelos, aunque aparentemente antitéticos, el sistema ateo y la organización religiosa nominal, ¿qué tiene la verdadera Iglesia Cristiana para ofrecer? La mayor somnolencia; tanto en el pulpito como en la Prensa ha tomado el lugar de la contraofensiva religiosa de siglos pasados. Hasta Roma ya no nos llama protestantes, sino acatólicos, o hermanos separados. ¿No es esto significativo? ¿Quién contiende hoy eficazmente por la fe una vez dada a los santos? ¿Dónde están nuestros valientes guerreros de los pulpitos? Los predicadores, que deberían estar «pescando hombres», están buscando cumplimientos y halagos humanos. Los predicadores, que antes sembraban semillas, siembran ahora perlas de intelectualismo. (¡Imaginaos qué cosecha produciría un terreno sembrado con perlas!)
¡Afuera con esta predicación paralítica que carece de poder porque ha sido engendrada en una tumba en vez de en una matriz viva, pues procede de un alma sin fuego del Espíritu Santo, ni oración!
Si Dios nos llamó al ministerio, queridos hermanos, os digo que debemos empeñarnos en obtener la unción. Sobre todas las cosas buscadas, busca la unción, a menos que nos conformemos con altares estériles adornados de intelectualismo sin unción.
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“La tragedia de estos últimos tiempos es que tenemos demasiados predicadores muertos en los pulpitos dando sermones al pueblo. ¡Qué horror! Una extraña cosa he visto «debajo del sol»: que aun en círculos fundamentalistas se predica sin unción. ¿Qué es unción? Apenas lo sé. Pero sé lo que no es (o por lo menos sé cuándo no está sobre mi propia alma). Predicar sin unción mata en lugar de dar vida. El predicador falto de unción es «sabor de muerte para muerte». La palabra no se hace viva a menos que la unción divina esté sobre el predicador. Por lo tanto, predicador, ¡sobre todas las cosas buscadas, busca unción!”  ….LEONADO RAVENHILL
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